sábado, 5 de septiembre de 2015

Cerati despertó para siempre del sueño de los mortales

Cerati despertó para siempre del sueño de los mortales.


 
Gustavo Cerati. fuente: entretengo.com

León se inunda de nostalgia al cantar junto el recuerdo de Gustavo Cerati.
 

Llegó la hora, el minuto, segundo, instante… decía Cerati al iniciar el último concierto de Soda Stereo en Buenos Aires, en septiembre del año 97. 

En el día de la fecha, en el día de la hora, en horas de la mañana, 17 años después, el 4 de septiembre Cerati acompasó su último respiro, también en Buenos Aires. Cuestión de tiempo.

La cita estaba dada, era un tributo, un recuerdo, un momento como varios de los que se repitieron en muchas ciudades del mundo. Se cumplió un año de la partida de Gustavo Cerati y los Prófugos tenían a dónde ir a recordarle.

Fue en el Abbey Road de Aquiles Serdán, León, Gto en donde se ofreció un gran tributo a una de las figuras más reconocidas del rock en español. El lugar estaba lleno desde pasadas las diez de la noche; todos buscaban un lugar cercano, muy cercano y de frente. Quienes no lo consiguieron no tuvieron problema en pasar la noche de pie, y otros, recargándose sobre la barra, los pilares, las paredes, las bocinas, lo que les permitiera permanecer ahí.

La banda local tenía el encargo de siempre: encender a la gente, ambientarla, hacerla sentir que el alcohol estaba cada vez más dentro, de modo que la banda estelar lograra una entrada casi triunfal. En León se aprecia la buena música pero pocas veces se dice; hay que impulsar o atraer al espectador a disfrutar la música, y más si se trata de rock. Hacer que lo bailen es una opción, hacerlos cantar es lo obligatorio.

Para ser justos hay qué decir que Modus, la banda del bar, no sólo tocó una tanda variadísima (desde AC/DC hasta las Víctimas del Doctor Cerebro), sino que acondicionó el momento, la necesidad de lo buscado, el rock en español, el rock de Cerati y Soda Stereo.
Era un tributo, nada más, pero iba creciendo, más de cincuenta personas coreaban en cada rincón del lugar, todos los que estaban y los que llegaban.

Pasada la media noche, llegados de Querétaro, Los Doctors tenían lo justo: para empezar, eran tres. Nada mejor. Una mezcla curiosa de estilos, de lo grunge a lo casual, quizá pasando por lo hípster y un mohicano con camisa y corbatita que para ser el baterista, iba de lo más decente.

Increíble: abrir con Ella usó mi cabeza como un revólver, es dar un paso firme, bueno para empezar. Dejó de importar el tiempo, las horas pasaban y la noche se mezclaba entre todos, incluso seguían llegando aún cuando estuvieran mojados, pues la lluvia no cesó en un buen rato; adentro todo era calor y espera. Ella usó mi cabeza como un revólver encendió la mecha.

Cierto, por momentos se notaba una ausencia de sentimiento, esa pincelada viva que corona para siempre cualquier cosa que se haga; algunas canciones sonaron flojas, pero hubo quienes nunca dejaron de cantar. Como el tema de toda la vida, parece que ni siquiera los mismos seguidores de Cerati se han logrado quitar la importancia de Soda para con su historia: abundaron las canciones de la histórica banda, por encima de las que Cerati hizo como solista.

Cuando tocaron Canción Animal todo se re-encendió. El coro es muy sugestivo, y las cervezas comenzaban a hacer lo suyo. Ya habían caído varias cubetas, se habían vaciado algunas cervezas sobre el suelo, botellas rotas y no podía faltar un hombre pasado de copas, de dudosa edad, que vestía una camisa de la Selección y había comenzado a bailar desde mucho antes del tributo.

Como si fuera necesario lo sensual, hubo que corear a una sola voz lo que pasa cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor, y el animo siguió yendo hacia arriba. Daba la impresión de que también se necesitaba un descanso. Todos pedían Té para tres, como queriendo llorar. Como queriendo recordar esos momentos en que Cerati dedicaba esa canción a su mamá, un recuerdo póstumo a su padre, a sus familiares, al momento del derrumbe cuando un cáncer terminal se asomó en la familia.

El ímpetu no mermó, se acrecentaba; aunque algunos se iban, parecía que en seguida otros llegaban y no había espacios vacíos; como en la tradición argentina, el pogo poco a poco aparecía, por momentos se disipaba, por momentos volvía.

El momento cumbre: con pogo, con voz: sonó Te hacen falta vitaminas. El tiempo retrocedió treinta años, y más: el recuerdo del año 82, la Guerra de las Malvinas, el año 84, el Soda Stereohomónimo, la Argentina, y el sonido medio Ska de la banda.

Inesperada una canción tan vieja, tan emblemática, tan especial. No hubo espacio para el silencio ni para la calma; hasta los menos y los más lejanos fueron al frente y todo se encendió como en los primeros años. Se cantó como la primera vez y la última, y poco a poco se sentía el descenso de, como en todo, haber tocado lo más alto y esperar la caída.
Como en el último concierto, y después de regalar Crimen, la versión más coreada de De música ligera llegó ya entre las últimas cervezas, los últimos abrazos, despidos y muchos ya de pie.

Imposible adivinar cuántos cantaron con la mente ahí, en el momento, y cuántos cantaron con el recuerdo, el de la despedida. De cualquier modo, y cómo haya sido, siempre será un "epílogo" despedirse recitando un himno y cantando lo que en todo un continente se cantó, se saltó y se lloró.

Diecisiete años después, un año después, treinta años después, están los que están y son los que quedan; llegan los que vienen y se quedarán, cantarán con los que están y los que no, perpetuando en vida lo que Cerati escribió, cantó y legó, quien estuvo más de medio siglo en el mundo y que un cuatro de septiembre de hace un año, lo vimos partir.

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