miércoles, 16 de septiembre de 2015

Ecos de un grito



Cientos de personas alzaron su voz en un grito común; ¡Viva México!

Lo normal: el tráfico de coches y de gente, la acumulación de personas en calles, avenidas; la acumulación de ruidos, palabras, sonidos de todo tipo e imágenes de todo tipo: bigotes, banderas, trenzas, vestidos.

El olor, en la calle y en el viento de la calle, la comida, mexicana o no, estaba servida no sólo en las casas sino en las calles, en las mesas compartidas por desconocidos entre desconocidos.

La tradición no es sólo celebrar un grito, el llamado Grito de independencia. Si en sus inicios lo fue, ha pasado para algunos a segundo término y se convierte en motivo (pretexto) de convivio, mexicano o no.

El día 15 en León ocurrió como suele ocurrir: dentro de lo normal, el grito se dio y todo lo demás sucedió.

Pasadas las diez de la noche la gente seguía entrando a la Plaza de los mártires, Plaza principal, o en general a la Zona Peatonal, no sin antes ser escaneados por un sistema de seguridad modesto.

En los accesos principales a la Zona se instalaron vallas para controlar el ingreso; casi todos debían pasar por el escáner que con cada persona hace un ruido, si levantabas sospechas, una fila de policías te esperaba del otro lado y cualquiera era libre de revisarte.

Dentro, del otro lado, estaba la fiesta y la vendimia, el ir y venir, entrar y salir, cantar o callar, o simplemente estar, en lo cotidiano, en un lugar que se pintaba de colores.

Los bares seguían exhalando su música y no precisamente música ranchera o tradicional mexicana: desde lo alto de uno de los bares se escuchaba a través de sus balcones algo de Héroes del silencio. Todos dentro hacían ruido, y todos afuera, desde arriba, presenciaban todo.

Un nudo de gente se aglomeró justo en el paso de la Plaza de los Mártires a la Plaza Fundadores, justo afuera de la Parroquia, entre un McDonalds y esa Parroquia, tan antigua, tan pequeña.

La gente estaba expectante, mirando de frente, cientos mirando todos hacia un mismo sitio.

El alcalde de esta ciudad ya se va, y sólo salió a su balcón presidencial a dar el grito una vez.

Villasana es un personaje parcial, quizá menor, pero un personaje. Su importancia no es menor por el tiempo que ha estado al frente del gobierno de la ciudad, pero tampoco se engrandeció por haberlo estado.

Su voz sonó un poco débil. No es un tipo mediático ni que gusta de los reflectores; no es un alcalde sensacional, y su deber era ser un alcalde patriótico en el día de la patria.

Salió y dio el esperado grito. Lo de siempre es escuchar lo de siempre y lo mismo: viva México y todos los héroes habidos y por haber en algo muy parecido a un santoral.

La respuesta de la gente es la misma también: viva, viva, viva a todo, como respuesta, como examen, de memoria.

Es probable que algunos lo sientan, es probable que otros sólo lo memoricen.

Poco antes de las once de la noche, cientos de personas en la plaza principal de León hicieron repicar su voz como, dicen, Hidalgo hizo repicar la campana llamando a misa.

Cientos de personas alzaron su voz en un grito común, acaso a veces vacío, como dicen, Hidalgo alzo un estandarte, enarbolando una imagen que no le pertenecía del todo en su papel de criollo.

Y más, las voces que luego fueron una, estallaron en júbilo de identidad cuando el alcalde desde lo alto clamó un “Viva León” que encendió los ánimos y el amor a la matria. Viva León, muchos vivas, muchos significados.

Inmediatamente después estallaron también los fuegos en el cielo: la pirotecnia no fue abundante pero sí iluminó varias veces y por minutos el oscuro cielo que de noche y no tanto de lluvia, cubrió la Plaza como antes la cubrieron las balas y la sangre.

Sobre la Plaza nuevamente se extendía el rojo, precisamente un rojo sangre nacido de otras circunstancias pero en igualdad de escenarios: la sangre derramada por personas en lucha, que como esa noche de 2015, como aquella tarde-noche de 1946, como aquellos años de 1810, esos años de 1910 y los que falten, han muerto legando un vestigio de sangre que inclina la bandera siempre, y siempre más de su lado rojo sacrificio, en el que se celebra a la patria cada año, como si nada pasara nunca.


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