plaza de toros en constucción. fuente: hardtimesnews.files.wordpress.com |
A principios de este año, resurgió como noticia lo que un año antes se había empezado a comentar: el avance del proyecto para construir una nueva plaza de toros en León.
La administración municipal priísta prohibió en 2014 la entrada a menores de 14 años a las corridas de toros en la ciudad, fuertemente impulsada por la fracción del PVEM que conformaba su gobierno.
Un año antes, el gobernador del Estado, Miguel Márquez anunció en un comunicado la firma del decreto que declaraba a la fiesta charra y la fiesta taurina como Patrimonio Inmaterial Intangible del Estado.
El argumento es siempre el mismo: la fiesta brava influye económica y socialmente en la entidad, y no sólo eso, forma parte de una cultura que a lo largo de quinientos años se ha nutrido de ella para “beneficiarse”. “Es folclor, tradición, estilo de vida, historia, mitos y creencias”, decía el decreto.
Es cultura, sin duda. Pero es también cultura de crueldad y de negación de la dignidad.
La idea de evolución no engloba sólo las necesidades económicas de un sector que puede beneficiarse. Es innegable que una cantidad importante de personas, concretamente ganaderos, y no se hable de los toreros, cualquiera que sea su denominación, dependen económicamente de esta actividad; pero es innegable también el nivel de egoísmo que se puede alcanzar generando una ganancia particular sólo y únicamente a través del sufrimiento animal.
La idea de evolución debe englobar el reconocimiento y la defensa de la dignidad animal en todas sus implicaciones posibles. El sufrimiento animal como diversión es una creencia retrógrada y sobre todo cruel.
No se trata únicamente de alejar a los niños de dicho espectáculo; ni hacerlo tratando de argumentar que sólo se hace porque puede influir en un crecimiento violento y de maltrato, sino de generar una conciencia de cambio, global, contemplando el reconocimiento pleno que cada ser vivo lleva en sí mismo por el sólo hecho de ser.
Ciudades como Madrid están tomando consideraciones a favor de una dinámica social más amistosa con los animales, si las ciudades herederas y ajenas en su naturaleza a la fiesta brava (mexicanas) están reconsiderando cada vez más, promover no sólo su difusión sino su práctica y su reproducción.
León, Guanajuato, cree tener una obligación cultural que los liga a lo taurino por ser cuna de Rodolfo Gaona, por ser referente (secundario) de un evento que no es, al menos no considerablemente, su espectáculo por excelencia. Parece más bien un intento por incrementar el consumo sea cual sea su objeto y su práctica; un intento ciego que nos aleja del ejemplo digno de los estados de Coahuila, Sonora y Veracruz.
No es la mejor forma de posicionar a Guanajuato en el mapa; no nos iguala en crecimiento a otras entidades promover la crueldad disfrazándola de Patrimonio y mucho menos erigiéndole nuevos escenarios.
Los argumentos, a favor; generalmente los mismos, y en contra; cada vez más, sobran; las acciones se repiten porque se jasctan en sí mismas su necesidad y su importancia.
No se detendrá la construcción de la plaza con inmolaciones colectivas y martirios de animales, cada vez es necesario ir más allá y paradójicamente llegar a lo concreto: la crueldad está ahí, en el ruedo, siendo vivida y aplaudida, pero al mismo tiempo, esperando ser erradicada. Ojalá no le quede mucho tiempo y se haga común, al unísono, el grito: Aún quedan muchas plazas por incendiar.
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