lunes, 19 de octubre de 2015

Che Guevara: el médico guerrillero que visitó León. Parte 3.

foto: www.sergerente.net

Las consignas antinorteamericanas del joven médico argentino llamaron la atención, y desde entonces se le haría un lugar en los incontables expedientes de la CIA.
A partir de su experiencia en Guatemala y de su postura anti-imperialista, la agencia de espionaje norteamericana lo hizo uno de sus objetivos; aunque para entonces, el nombre de Ernesto Guevara representaba poco, con el tiempo pasó a ser uno de los más abultados de la CIA.
Motivado por la experiencia guatemalteca, movido más por un impulso de libertad en solitario, decide viajar por sus medios a México, y en septiembre de 1954 cruzó la frontera entre ambos países.
Ya en la Ciudad de México comenzó a buscar trabajo como médico en algún hospital, mientras tanto, sobrevivía precariamente como fotógrafo en los principales espacios, plazas y parques de la gran capital.
En “El Che y los poetas”, uno de los textos introductorios a su antología “El cuaderno verde del Che”, Paco Taibo II rescata un retrato hecho por Ricardo Rojo en que describe sutilmente la situación: en aquellos años se reunió el Che con el poeta español León Felipe, en un café del D.F.; durante la charla ambos cruzaron la pierna y dejaron ver lo que en el interior, más allá de cualquier abstracción, ambos tenían en común: la suela rota de su zapato.
El joven médico y el joven aventurero se debatían en el fondo, las condiciones del viaje eran no sólo precarias sino reveladoras; la situación que se había generado en Cuba años antes, en que Fidel había intentado sin éxito atacar al cuartel Moncada, estaban preparando un encuentro decisivo entre dos figuras que marcarían el rumbo del país del Caribe.
Fidel seguía encarcelado y su futuro estaba en manos del gobierno, mientras tanto, en México, los exiliados cubanos que habían tenido contacto con el Che en Guatemala se reencontraban esperando cualquier noticia que reiniciara los planes de acción contra el dictador Batista. Ñico López, uno de ellos, le confiaría al Che la situación; la espera era lo único seguro.
Mientras tanto, las reuniones casi clandestinas se realizaban en un departamento en plena Ciudad de México, propiedad de María Antonia González, una cubana casada con un mexicano. Casi de sorpresa y truncando en cierta medida sus planes en solitario, Hilda Gadea, su entonces pareja desde Guatemala, logró cruzar a México y reunirse con él.
Aunque sin mucho entusiasmo, Ernesto habló sobre cierta estabilidad y ella, por su parte, afirmaba que él le había propuesto casarse; ella preferiría esperar, quizá insegura por los inestables planes del argentino quien para entonces todavía los proyectaba en solitario.

 
(Continuará).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario