En abril de 1954, Ernesto Guevara de la Serna llegó a León, Guanajuato. Experto en Alergología, en su papel de médico, viajó para participar en el Noveno Congreso de Alergistas, junto a su colega Fernando Martínez Cortés.
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En abril de 1954, Ernesto Guevara de la Serna llegó a León, Guanajuato. Experto en Alergología, en su papel de médico, viajó para participar en el Noveno Congreso de Alergistas, junto a su colega Fernando Martínez Cortés.
Como médico
del Hospital General (tiempo antes le habían otorgado un puesto en el servicio
de Alergología del mismo hospital, en México) presentó su ponencia
“Investigaciones cutáneas con antígenos alimentarios semidigeridos” que más
tarde sería publicada en la Revista Iberoamericana de Alergología en 1955.
(Proceso, 2012).
Poco se ha
hablado y escrito sobre esta visita a la ciudad de León, quizá porque
representa un aspecto menor de la etapa de madurez del Che, esa en que se
acentuaban las tensiones entre su ser como médico y como aventurero. Sin
embargo, serían momentos como este, en que se sobreponía su condición de médico
en que se reafirmaba esa lucha interna que más de una vez externó llevando a
condiciones de otro tipo.
De su paso
por León no se tienen recuentos concretos o amplios quizá también por el
evidente estado de anonimato o desconocimiento que en aquél entonces tenía el
médico argentino, cuyo perfil no era más que el de un advenedizo más o menos
harapiento que constantemente mantenía el pecho erguido en supuesta señal de
altivez, cuando era más por obligación asmática.
Sin embargo
su paso por México marcó el camino entre lo que fue y lo que se convirtió.
Tras entrar
en contacto con el círculo subversivo del movimiento castrista que planeaba su
retorno a la isla para derrocar la dictadura batistiana, sus tendencias
revolucionarias forjadas en los países que había visitado a lo largo de sus
viajes encontraron una salida. Un escape.
Casi
enamorado de Fidel, a quien describió como “muchacho joven, inteligente, muy
seguro de sí mismo y de extraordinaria audacia” el Che decidió unírsele en la
expedición subversiva asumiendo su papel como médico.
Para su
suerte o desgracia, días después Hilda le confesó que estaba embarazada.
Esta
situación aceleró la necesidad del matrimonio que finalmente se consumó el 18
de agosto en Tepotzotlán.
Hacia 1956,
meses antes de la partida definitiva a la isla caribeña nación Hildita, su
primogénita.
Sin embargo,
a pesar del alumbramiento, la boda y los planes revolucionarios, las cosas
llegaron a complicarse seriamente, comprometiendo la expedición.
Hacia junio
del mismo año, Evaristo Venéreo, asiduo concurrente a las reuniones en el
departamento de María Antonia (donde se reunían los exiliados cubanos y
planeaban la insurrección) delató a los implicados en el movimiento y para el
24 de junio, el Che y varios de sus camaradas cayeron en una redada policial.
Según la
Dirección Federal de Seguridad, el médico argentino era el cabecilla principal
de un círculo de conspiradores cubanos y ciertas organizaciones comunistas de
naturaleza internacional.
Tras confesar
sin reservas su inclinación marxista y extender su reclusión por varios días,
el Che y sus compañeros fueron liberados.
Al argentino
se le recomendó abandonar el país, indicación que desobedeció permaneciendo en
México a la espera de la señal de Fidel, tras la cual tomarían un barco en
algún puerto del sur mexicano para cruzar el mar caribe y llegar a Sierra
Maestra, Cuba, donde los esperaba un ejército ya preparado.
El 25 de
noviembre fue el día: más de ochenta hombres abordaron el ya famoso Granma con un destino geográfico
definido pero un destino personal incierto.
Para el Che
era el momento decisivo de inicio en que sus polos interiores se enfrentaban
con fuerza tratando de definir al revolucionario o al médico y que se
enfrentarían años después cuando, ganada la revolución, habría de definirse
entre su papel de revolucionario triunfante o estadista.
La llegada a
Cuba fue no menos que accidentada rayando en lo trágico al punto que Guevara
escribiría: “Más que un desembarco fue un naufragio”.
Pisando suelo
cubano, en ese manglar caribeño invadido por las balas comenzaría la conversión
histórica de un personaje que dejó su vida en los hechos, demostrando lo que
decía con las palabras.
El Che
comenzaba a nacer cuando herido tenía que decidir si correr por su vida y
salvar al revolucionario para hacer la revolución o cargar una pesada caja de
medicamentos para salvar al médico y a sí mismo.
Decidiéndose
por el revolucionario sin abandonar del todo al médico, el Che escribió la
historia propia y la de un pueblo, que terminó en Bolivia un 9 de octubre de
1967 cuando dos balas le perforaron el cuerpo poniendo fin al hombre pero no a
la leyenda, al mito, al ejemplo.
FIN
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