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Segunda parte.
“Mika Segger
Salter, joven neoyorkina, se convirtió en ‘un peligro para México’ al ser
aprehendida tras los disturbios del 26 de julio”, señala Proceso en un texto,
en el que se atribuye la noticia al diario La Prensa.
Este es el
primer acercamiento al panorama mediático que se iba creando en torno al
conflicto.
Tras los
sucesos del 26 de julio, hubo que alinear las posturas y las publicaciones;
para el gobierno fue más difícil alinear a unos que a otros pero sin duda
fueron más los que velaron la verdad de los hechos, incluso pasados varios días
después de la matanza.
Así como Mika Segger, muchos otros jóvenes estudiantes pasaron a ser objetivos; sus supuestos
nexos con injerencias extranjeras comunistas los hacían sospechosos y susceptibles
de aprehensión y desaparición.
Entonces fue
necesario planear la organización: Universidad Nacional y Politécnico tenían
claro que era importante la unificación de objetivos y métodos; tarea nada
sencilla.
Roberto
Escudero, de la UNAM, convocó a una reunión como dirigente de Filosofía. Este
primer esfuerzo, arrastraba la decadencia organizativa de la universidad que en
más de una década había demostrado la falta de método para lograr la
unificación, a excepción del ala técnica y de Ciencias en que se lograron
ciertos acuerdos.
“Le reunión
de representantes de facultades y escuelas de Filosofía fue desastrosa (…) por
entonces se habían inventado los partidos estudiantiles y si preguntabas:
‘¿quién representa a Ciencias Políticas?’, levantaban la mano diez al mismo
tiempo”, cuenta Gilberto Guevara Niebla.
Imposible, o
impensable. La organización en la Universidad era necesaria pero complicada.
Ese mismo día
el ejército volvió a entrar en acción: “en un momento dado un provocador gritó
‘¡Ahí viene el ejército! ¡Está entrando a CU!’, y el ochenta por ciento de los
presentes salió corriendo. Los que nos quedamos salimos convencidos de que la
Universidad era inorganizable”.
Entre el 29 y
el 30 de julio, tras tomar los accesos de CU, Zacatenco (IPN), y el Casco de
Santo Tomás (IPN), el ejército derribó de un bazucazo la puerta de la
Preparatoria de San Ildefonso, obra maestra del arte barroco.
El 30
entonces, luego de un mitin frente a rectoría, el protagonismo del entonces
rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, comenzó a cobrar importancia.
“La
Universidad está de luto”, afirmó, e izó la bandera a media asta, ganándose de
inmediato el respaldo de los estudiantes.
Sin embargo,
los conflictos no cesaban. Los cismas al
interior del movimiento se acentuaban y se recrudecieron cuando hubo qué
decidir el grado de seguimiento y respaldo que se le daría a las acciones y
medidas del rector.
Los que
estaban de su lado no creían los argumentos de los “ultras” que afirmaban que
dichas medidas eran todas de tendencia burguesa y distractora.
El primero de
agosto fue “La marcha del rector”. Rompió esquemas.
Imponiéndose
a las presiones de los ultras, la marcha marcó su propia ruta: “para los ultras
se trataba de una maniobra burguesa y proponían alterar la ruta que, según
habíamos acordado, iría por Insurgentes hasta Félix Cuevas y luego por Coyoacán
y de Universidad regresaría a CU. La ultraizquierda pedía que la manifestación
fuera hacia el parque hundido, donde nos esperaba el ejército”.
Incluso
comenzaban las sospechas. Naturalmente había infiltrados y provocadores, su
labor fue decisiva y de suma importancia para el gobierno quien los supo
manipular a lo largo de los meses.
La Marcha del
rector fue un primer triunfo, breve, que dio tiempo y nuevos impulsos. En los
días posteriores se darían más y mejores acuerdos, se vislumbraba un camino,
una ruta de seguimiento, y se comenzaban a redactar las peticiones, las
exigencias que se irían convirtiendo en consignas y expresiones de lucha.
Comenzaba
agosto, y un nuevo aire para el movimiento.
(Continuará).
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