sábado, 3 de octubre de 2015

Y el pueblo ofendido, abrirá los ojos (parte 2)

Foto: tvazteca.com


Segunda parte.

“Mika Segger Salter, joven neoyorkina, se convirtió en ‘un peligro para México’ al ser aprehendida tras los disturbios del 26 de julio”, señala Proceso en un texto, en el que se atribuye la noticia al diario La Prensa.

Este es el primer acercamiento al panorama mediático que se iba creando en torno al conflicto.

Tras los sucesos del 26 de julio, hubo que alinear las posturas y las publicaciones; para el gobierno fue más difícil alinear a unos que a otros pero sin duda fueron más los que velaron la verdad de los hechos, incluso pasados varios días después de la matanza.

Así como Mika Segger, muchos otros jóvenes estudiantes pasaron a ser objetivos; sus supuestos nexos con injerencias extranjeras comunistas los hacían sospechosos y susceptibles de aprehensión y desaparición.

Entonces fue necesario planear la organización: Universidad Nacional y Politécnico tenían claro que era importante la unificación de objetivos y métodos; tarea nada sencilla.

Roberto Escudero, de la UNAM, convocó a una reunión como dirigente de Filosofía. Este primer esfuerzo, arrastraba la decadencia organizativa de la universidad que en más de una década había demostrado la falta de método para lograr la unificación, a excepción del ala técnica y de Ciencias en que se lograron ciertos acuerdos.

“Le reunión de representantes de facultades y escuelas de Filosofía fue desastrosa (…) por entonces se habían inventado los partidos estudiantiles y si preguntabas: ‘¿quién representa a Ciencias Políticas?’, levantaban la mano diez al mismo tiempo”, cuenta Gilberto Guevara Niebla.

Imposible, o impensable. La organización en la Universidad era necesaria pero complicada.

Ese mismo día el ejército volvió a entrar en acción: “en un momento dado un provocador gritó ‘¡Ahí viene el ejército! ¡Está entrando a CU!’, y el ochenta por ciento de los presentes salió corriendo. Los que nos quedamos salimos convencidos de que la Universidad era inorganizable”.

Entre el 29 y el 30 de julio, tras tomar los accesos de CU, Zacatenco (IPN), y el Casco de Santo Tomás (IPN), el ejército derribó de un bazucazo la puerta de la Preparatoria de San Ildefonso, obra maestra del arte barroco.

El 30 entonces, luego de un mitin frente a rectoría, el protagonismo del entonces rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, comenzó a cobrar importancia.

“La Universidad está de luto”, afirmó, e izó la bandera a media asta, ganándose de inmediato el respaldo de los estudiantes.

Sin embargo, los conflictos no cesaban. Los cismas al interior del movimiento se acentuaban y se recrudecieron cuando hubo qué decidir el grado de seguimiento y respaldo que se le daría a las acciones y medidas del rector.

Los que estaban de su lado no creían los argumentos de los “ultras” que afirmaban que dichas medidas eran todas de tendencia burguesa y distractora.

El primero de agosto fue “La marcha del rector”. Rompió esquemas.

Imponiéndose a las presiones de los ultras, la marcha marcó su propia ruta: “para los ultras se trataba de una maniobra burguesa y proponían alterar la ruta que, según habíamos acordado, iría por Insurgentes hasta Félix Cuevas y luego por Coyoacán y de Universidad regresaría a CU. La ultraizquierda pedía que la manifestación fuera hacia el parque hundido, donde nos esperaba el ejército”.

Incluso comenzaban las sospechas. Naturalmente había infiltrados y provocadores, su labor fue decisiva y de suma importancia para el gobierno quien los supo manipular a lo largo de los meses.

La Marcha del rector fue un primer triunfo, breve, que dio tiempo y nuevos impulsos. En los días posteriores se darían más y mejores acuerdos, se vislumbraba un camino, una ruta de seguimiento, y se comenzaban a redactar las peticiones, las exigencias que se irían convirtiendo en consignas y expresiones de lucha.

Comenzaba agosto, y un nuevo aire para el movimiento.

(Continuará).


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